domingo, 30 de agosto de 2015

Después de 30 años, la casa del clan Puccio tiene nuevos inquilinos

Diseñadores montaron un taller de serigrafía. La viuda de Arquímedes exigió una cláusula para que nadie pueda filmar ni sacar fotos.

Por Cecilia Di Lodovico | 15/08/2015 | 19:25

Debajo del local de la esquina de 25 de Mayo y Martín y Omar, una de las más transitadas y tradicionales del centro de San Isidro, se esconde un secreto incómodo: un sótano acondicionado para ocultar víctimas de secuestros. En ese mismo lugar, pero treinta años atrás, la policía encontró encadenada a Nélida Bollini de Prado, la única presa que logró sobrevivir a los Puccio. Por encima de esa cárcel improvisada, la familia mantenía un negocio de artículos de windsurf como fachada.


Cuando salió de prisión, Daniel “Maguila” Puccio puso un bar en el viejo local. Pese a que era concurrido, sobre todo por los chicos que salían de la escuela ubicada a unos pocos metros del lugar, Maguila debió cerrarlo por la presión de los familiares de las víctimas. Pero la propiedad siguió siendo redituable para el clan. Desde entonces, por el local desfilaron diferentes rubros y, en la actualidad, es alquilado por no menos de 25 mil pesos mensuales. Una aseguradora lo ocupó hasta la semana pasada. Hoy está vacío.

Pero la casona que habitan los Puccio es otra historia. Al parecer, provoca otro efecto. La vivienda estaba comunicada con el local, pero esas conexiones fueron “tapiadas”. En todos estos años, nadie se atrevió a vivir allí, incluso, cuando la propiedad –que sigue en poder de Epifanía Calvo, la esposa de Arquímedes– fue tasada en unos 500 mil dólares, el estado de la casa era tan deplorable que su valor fue considerado como “lote”.

Uno de los martilleros que visitó el viejo hogar de los Puccio contó a PERFIL que “estaba todo lleno de polvo; no tenía muebles ni puertas”. Y la definió: “Es un cascarón, una casa fantasma”. El sótano, al que se ingresa por el extremo izquierdo de la casa, “estaba cerrado”, al igual que la puerta principal de la propiedad, ubicada sobre 25 de Mayo. Sobre la apertura de madera permanece colgado un pesado farol de hierro y una espesa telaraña sobre el timbre delata que, hace mucho, a nadie le interesó siquiera tocarlo.

Sin embargo, la antigua morada de los Puccio encontró inquilinos. Se trata de dos jóvenes diseñadores industriales que comenzaron a habitarla hace ocho meses. Allí, instalaron un taller de serigrafía e intentan darle “otra cara” a la vieja cárcel familiar. Ahora la entrada principal es el portón por donde ingresó la policía para rescatar a Bollini en 1985. La galería donde Arquímedes guardaba su camioneta Mitsubishi, con la que secuestraba a sus conocidos y amigos, es un patio que hoy cuida un simpático perro y es adornada por los mismos macetones pero con renovadas plantas verdes.

“En Arquímedes Puccio veo la cara del mal”
“Cuando alquilamos, no conocíamos la historia, éramos muy chicos cuando pasó todo. Después de firmar el contrato una persona nos dijo lo que pasó acá. Me quería morir, pero ya estábamos adentro, igual, creo que acá no mataron a nadie”, dijo uno de los inquilinos a PERFIL desde el portón. “La usamos más para trabajar y en ocasiones nos quedamos a dormir”, señala y confirma que el estado de la casa es paupérrimo. “La estamos remodelando. La idea es darle otra onda, cambiar la mala energía por buena energía. Está muy buena la construcción”, indica. El joven aclara que, por contrato, no pueden permitir filmar ni sacar fotos en el interior. Una especie de cláusula de confidencialidad establecida por los dueños, a quienes no conocen. “La alquilamos a través de una inmobiliaria”, indica sin dar más detalles.

Memoria. Los ventiletes del sótano fueron tapados, pero la imagen de Arquímedes barriendo la vereda día y noche aún está latente entre los vecinos que se animan a hablar del pasado. “Le decíamos ‘el loco de la escoba’ pero, en realidad, lo que hacía era comprobar que afuera no se escuchasen los gritos”, reflexionan. No era el único alias que se había ganado el jefe del clan. También lo llamaban ‘cucú’ porque –quizás algo paranoico– se asomaba “a cada rato” por una de las ventanas de la planta alta.

Los vecinos también recuerdan a Epifanía, a sus dos hijas, Adriana y Silvia, y a la figura del CASI, Alejandro Puccio. Sobre la casa donde ocurrieron algunos de los los crímenes más aberrantes de la historia, proponen expropiarla; algunos más audaces, demolerla, pero la mayoría prefiere ignorar su existencia.

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