viernes, 18 de septiembre de 2015

Todo lo que tenés que saber sobre el verdadero clan Puccio antes de ver la película

Las cuatro víctimas del Clan Puccio: Aulet, Naum, Manoukian y Bollini de Prado

El film de Pablo Trapero, que se estrenó hoy, está basado en la historia real de una familia de San Isidro que secuestró y asesinó a varias personas en la década del 80

Arquímedes Puccio, el tembile líder de la banda que secuestró y asesinó a varias personas en los 80.Foto:LA NACION

Sol Amaya LA NACION JUEVES 13 DE AGOSTO DE 2015 • 17:05

Alejandro miraba televisión sentado en el sofá, mientras Mónica, su novia, terminaba de preparar la cena. La quietud de la noche fue interrumpida de golpe cuando un grupo de hombres armados entró a la casa por la fuerza. Mónica comenzó a gritar, desesperada. Pensaba que los estaban asaltando. Alejandro intentó tranquilizarla mientras los invasores, que se identificaron como policías, lo obligaban a bajar al sótano. "¿Dónde la tenés, pibe? ¿Dónde está la vieja?", le gritaban.

La escena, interpretada por los actores Peter Lanzani y Stefanía Koessl, es un fragmento del comienzo de la película El Clan, de Pablo Trapero, que se estrena hoy. Pero es a su vez parte de un caso real, que tuvo como protagonista a toda una familia: los Puccio.
Aquella noche del 23 de agosto de 1985, cuando los policías bajaron al sótano de la casona de la calle Martín y Omar 544, encontraron a Nélida Bollini de Prado, una mujer de 58 años, encadenada y tirada en un camastro. Había sido secuestrada hacía más de un mes.
Afuera de la casa de los Puccio, los vecinos se amontonaban para averiguar a qué se debía tanta presencia policial. "¿Los asaltaron?", preguntó uno. "¡Qué los van a asaltar! Tenían un aguantadero donde secuestraban gente", fue la respuesta. En ese mismo momento, Arquímedes Puccio, representado en la ficción por Guillermo Francella , era detenido cuando intentaba cobrar el rescate. "Mi casa está llena de dinamita. Si entran, van a volar en pedazos", amenazó a los policías. Esa mentira fue uno de sus desesperados intentos por evitar su condena. De nada le sirvieron.

Un raid criminal

Bollini de Prado fue la última víctima del clan, y la única que logró sobrevivir. Entre 1982 y 1985, la banda, liderada por Arquímedes y de la que participaron al menos dos de sus hijos, secuestró y asesinó a otras tres personas.
La primera víctima fue Ricardo Manoukian. Tenía 24 años cuando lo capturaron, el 22 de julio de 1982. Aunque no se pudo probar, sus familiares creen que fue Alejandro Puccio el señuelo que usó la banda para atraerlo. Ambos se conocían del club. Siguiendo las instrucciones de Arquímedes, que los llamaba desde teléfonos públicos, los padres de Ricardo no dieron aviso a la policía y pagaron un rescate millonario. Eso no impidió que lo asesinaran.
El segundo secuestro se realizó el 5 de mayo de 1983. Eduardo Aulet, la nueva víctima, tenía 25 años y también era conocido por Alejandro del circuito del rugby. Durante varios días lo mantuvieron encerrado primero en un ropero y luego encadenado en un baño en el piso de arriba de la casa de los Puccio. El clan cobró el rescate, alrededor de 100.000 dólares, pero de todos modos mataron a Aulet.

A Emilio Naum no lograron trasladarlo hasta la temible casona de San Isidro. El 22 de junio de 1984, cuando Arquímedes y sus socios quisieron secuestrarlo, el hombre, de 38 años, se resistió y recibió un disparo fatal dentro de su auto.
Cuando la banda decidió secuestrar a Bollini de Prado, Arquímedes ya había acondicionado el sótano. Incluso habían puesto unos fardos mojados para que la mujer pensara que estaba en el campo. Su plan era que todas sus futuras víctimas fueran a parar ahí mientras él negociaba los rescates. Lo que la banda no sospechaba era que la familia de esta mujer sí acudiría a la policía.
La investigación permitió atribuir los tres secuestros anteriores al clan. Arquímedes, sus socios Guillermo Fernández Laborda, Rodolfo Franco y Roberto Oscar Díaz, y su hijo Alejandro fueron condenados a reclusión perpetua.
Alejandro intentó suicidarse cuatro veces, una de ellas arrojándose desde el quinto piso del Palacio de Justicia. Falleció en 2008, a sus 49 años, se cree que a causa de las secuelas que le dejaron todos sus coqueteos con la muerte.
Daniel "Maguila", otro de los hijos de Puccio, estuvo preso dos años y fue liberado por falta de sentencia. Para cuando lo condenaron a 13 años de prisión, se había profugado. El año pasado regresó al país para pedir una constancia de extinción de la pena. La obtuvo. Nadie sabe dónde está hoy.

Una familia "muy normal"

El sótano donde mantuvieron cautiva a la última víctima, Nélida Bollini de Prado
El sótano donde mantuvieron cautiva a la última víctima, Nélida Bollini de Prado.
En San Isidro, los Puccio eran muy conocidos. Arquímedes, el líder de la familia, era un respetado contador. Con apenas 19 años fue vicecónsul en el Ministerio de Relaciones Exteriores. También ejerció como subsecretario de Deportes de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires.
Epifanía, su mujer, era profesora de matemáticas y contabilidad. Alejandro, el hijo mayor, jugaba al rugby en el Club Atlético San Isidro (CASI). También llegó a jugar en los Pumas. Además, tenía un negocio de artículos de windsurf en la esquina de la casa de su familia.
"Maguila" también jugaba al rugby, aunque no se destacaba tanto como su hermano. Silvia, una de las hijas mujeres, estudiaba artes plásticas. Los Puccio también tenían otros dos hijos, Guillermo y Adriana, que eran adolescentes en la época en la que sucedieron los hechos que imprimieron su apellido en la historia criminal argentina.
Las personas que los conocieron aseguraron que era imposible imaginar que los Puccio tuvieran una vida criminal paralela. Nadie sabía lo que ocurría en el tenebroso sótano ni en el baño del piso de arriba de la vivienda. Incluso los compañeros de rugby de Alejandro defendieron su inocencia durante muchos años. Sin embargo, Arquímedes tenía un antecedente: en 1973 había sido detenido por el secuestro de Segismundo Pels, directivo de Bonafide, pero no pudieron probar su participación.
Por los secuestros de Manoukian, Aulet, Naum y Bollini de Prado, también fueron investigadas Epifanía y Silvia, pero la justicia no encontró pruebas suficientes ni siquiera para acusarlas de cómplices pasivas.
¿Es posible que hayan convivido en la misma casa con los secuestrados sin saber ni sospechar nada? En la ficción, Trapero recreó una hipótesis de esa convivencia, de la que poco se supo en la realidad. La película muestra a una familia dirigida por el carácter duro y manipulador de Arquímedes y la indiferencia manifiesta de Epifanía. Algunos dicen que ella era quien le cocinaba a los secuestrados. Así ocurre en el film, donde, además, los hijos que no tuvieron una participación activa en los secuestros intentan fingir que nada sucede. Sólo los más pequeños de la familia lloran a veces e intentan pedir explicaciones. Pero el resto de la familia los presiona para que dejen de hacer preguntas. Probablemente haya ocurrido así. Esa es una de las incógnitas que no se pudieron resolver.
Una vez que todo salió a la luz, la familia quedó completamente desmembrada. Silvia falleció de cáncer a los 52 años. Nunca quiso volver a hablar con su padre. Adriana, la más pequeña, estuvo bajo tutela de sus tíos durante un tiempo. Se cree que hoy vive con su madre, que ya es una mujer de más de 80 años. Guillermo, el otro hijo varón de los Puccio, se fue a Nueva Zelanda y nunca regresó. Su paradero es desconocido.

El final solitario del "loco de la escoba"

Una de las últimas fotografías que se le tomaron a Arquímedes Puccio
Una de las últimas fotografías que se le tomaron a Arquímedes Puccio.Foto:Brando
Arquímedes obtuvo su libertad en 2008, tras cumplir 23 años de prisión, durante los cuales se recibió de abogado. Un pastor evangélico lo acogió en General Pico. En su libro "El Clan Puccio" (Planeta), Rodolfo Palacios contó que Puccio tuvo problemas con los vecinos del inquilinato. Entre otras cuestiones, porque barría a cualquier hora.
No era una manía nueva: años atrás, cuando todavía vivía en su casa familiar, algunos le decían el "loco de la escoba", ya que lo veían barrer la vereda de su casa en cualquier momento del día. "Hay que mantener San Isidro limpio", decía. Barría y hablaba solo. Algunos creen que lo hacía para vigilar los movimientos de la cuadra. O para asegurarse de que nada de lo que ocurría dentro de su casa pudiera escucharse desde afuera.
En General Pico, Arquímedes hizo pocos amigos. Palacios cuenta que se divertía preguntándole a la gente si lo reconocían. Muchos reaccionaban con miedo y rechazo. En las entrevistas que concedió, Arquímedes habló de todo. Se ufanaba de haberse acostado con cientos de mujeres. Criticaba a la prensa. Hasta dijo que admiraba a Hitler. Pero nunca admitió haber secuestrado y asesinado a todas esas personas. En cierta forma, como dice Palacios, Puccio fue "el asesino que nunca mató": el trabajo sucio lo hicieron sus cómplices.
Desbaratado el clan, y con la fama en su contra, Puccio perdió todo. Ni su familia quiso volver a verlo. En 2013 falleció en General Pico. Tenía un tumor en el cerebro. Nadie reclamó sus restos.

En primera persona: el día en que se dio a conocer la noticia, por Adolfo C. Martínez


Esa noche de 1985, cuando la policía allanó la casa de Arquímedes Puccio, yo ya me desempeñaba en la sección Policía de este diario. Me encomendaron cubrir las instancias del instantáneamente denominado "caso Puccio". Fue, sin duda, una prueba nada fácil, pues la policía recién comenzaba a armar el rompecabezas de la investigación. Mi primera opción era apostarme frente a la casa de San Isidro para tratar de ver el sótano en el que los integrantes del clan Puccio habían tenido secuestradas a sus víctimas. Tras no pocas negociaciones y súplicas, pude, en compañía de Enrique Sdrech, entonces cronista de Clarín, acceder al lugar. Sin poder ocultar cierto nerviosismo, ambos descendimos despacio hasta el lugar en el que las víctimas habían padecido su cautiverio. Se trataba de un pequeño lugar con olor a humedad, que contenía un destartalado catre, una pequeña mesa y cadenas que pendían de las paredes, tapizadas con hojas de diario, pensadas para albergar a las sucesivas víctimas. Pude entender rápidamente que el caso ocuparía durante meses las tapas de los diarios.

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