viernes, 18 de septiembre de 2015

Parece un abuelito, pero lideró una banda de secuestradores y asesinos

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El mismo lo dijo: "Sí, a veces salgo a pasear por el barrio ". Y sus vecinos lo rubricaron: "Ahí nomás, a la puertita, a cortar el pasto, a lo sumo hasta el mercadito, sí, es cierto, lo vimos". Desde hacía un año Arquímedes Puccio gozaba del beneficio de la prisión domiciliaria que el juez de Instrucción Sergio Delgado le había otorgado por ser mayor de setenta años. En una casa más bien pobre, sobre la calle Las Azucenas al 1900, en El Talar, General Pacheco, vivía los días de alguien que ejerció el designio de permitir o no la vida de sus secuestrados, que un día dio un paso en falso, que la prisión perpetua le llegó luego de tres hombres que mató y una secuestrada que lo sobrevivió, que desde entonces viene siendo -cada día un poco más- un inerte anciano de pijama, que hoy sólo le queda recordarlo todo, olvidarlo todo, perdonarse, dejarse ir.

La sangre derramada. El era él y su clan, su comando, el grupo de subordinados que ejecutaba su orden y entre los que se contaban dos de sus hijos. En julio de 1982, luego de cobrar los 500.000 dólares por devolverlo con vida, dispararon tres veces sobre la nuca del empresario Ricardo Manoukián. En mayo de 1983, otro empresario, Eduardo Aulet, también fue secuestrado, su familia también pagó un rescate (100.000 dólares), el clan también lo cobró y, por supuesto, volvió a matar. El calendario establecía un gran golpe por año, pero el de 1984 salió mal: repitieron táctica y estrategia, pero Emilio Naum se resistió y debieron apurar el final que, de todas formas, se hubiera producido. Lo mataron ese mismo 22 de junio. En agosto de 1985, mientras el clan esperaba los 500.000 dólares que la familia de Nélida Bollini de Prado pagaría, Nélida Bollini de Prado esperaba encadenada el tiro del final. No llegó porque antes llegó la policía, que irrumpió en el sótano de Martín y Omar y 25 de Mayo, San Isidro -la residencia de la familia Puccio-, y la liberó. Iban treinta y dos días de cautiverio. El día treinta y tres se convirtió en el primero del clan en prisión.

El archivo lo muestra pertinaz, obcecado en su inocencia improbable: en las viejas fotos de las viejas notas se ve un hombre grueso, la boca apretada y tensa, pequeña, las cejas negras ennegreciendo más el negro de los ojos. Las fotos de la semana pasada son, en cambio, de otro hombre: viejo y blando, lento, dejándose llevar ya sin proclamas, el otro hombre que es el mismo. Los años se lo llevaron por delante, aunque Puccio nunca dejó salir de su boca -menos apretada, menos tensa, igual de pequeña- nada parecido a una disculpa, mucho menos una confesión. Dijo que todo había sido una cama: las manchas de sangre en su casa, el cuerpo de Aulet enterrado, la mismísima Nélida Bollini encadenada en el sótano de su casa, una cama. "Soy un preso político", llegó a vociferar. Pero Puccio ya no vocifera.

Viejo barrio. Mario lleva ladrillos en una carretilla y los descarga al otro lado de la pared. Construye, Mario, su propia casa justo al lado de la casa que Arquímides habitaba, en Las Azucenas 1926, barrio La Paloma, El Talar, General Pacheco, hasta hace unos días. Mario es morocho, veintitantos, pelo corto y huidizo. Habla bajo, para adentro y no esconde sus cicatrices: diez puntos que le corren de la boca del estómago hasta el nacimiento de la pelvis y dos puntazos en el lado izquierdo: "El viejo no jodía a nadie. Sí, claro que salía, acá nomás, a cortar el pasto, a la veredita, pero nunca se metió con nadie. Tranquilo, el viejo. Para mí que boqueó el sucio, boqueó y cayó la yuta", dice Mario. José, al otro lado de la cuadra, sobre la misma vereda, se ganó el apodo pero no lo sabe. Es mecánico, José, y desde que llegamos está atornillando y desatornillando un Zanellita 50 que no quiere arrancar si es que alguna vez arrancó. "Y… el tipo estaba solo todo el día, tenía que ir hasta el mercado a comprarse sus cosas. Yo lo saludaba como saludo a todos los vecinos: 'Hola, cómo le va, chau, hasta luego', eso nomás", dice José, grasa de motor en la oreja izquierda, tres dedos menos de la mano derecha.

Si el universo es un lugar relativo y las cosas componen su identidad por oposición y contraste con el resto de las cosas, la casa de Liliana es una mansión. Como Mario y como José pide que no la nombre, o por lo menos que evite su apellido. "Andá a saber quién lee esto", dice Liliana apenas asomada por la opulenta ventana bien machimbrada de su casa de dos pisos, rejas pintadas, techo que no se vuela. "Yo recién ahora me vengo a enterar de a quién tenía enfrente. Imaginate, lo saludaba como a cualquiera, porque era un viejito muy amable. Sí, varias veces me lo crucé por la vereda, pero cómo se me iba a ocurrir que era un preso que no podía caminar por la calle. Nooo… yo pensaba que era normal, así como nosotros". Liliana pregunta si va a volver, si otra vez lo va a tener enfrente de su casa. Cierra la ventana con una mueca de insatisfacción.

El sábado a la tarde la cuadra luce quieta con esa quietud conurbana. Un hilo de cumbia llega desde algún lugar impreciso y en el fondo de una casa los chicos juegan en una pileta de lona mientras el vino que quedó en las cajas se calienta sobre el Plavinil de la mesa. "A mí nunca me pidió un auto", dice Damián, encargado de la remisería Las Azucenas, apenas a treinta metros de la casa Puccio. "Pero sé que se tomaba el 721 acá en la esquina para ir hasta la ruta 197, donde andá a saber qué compraba", completa.

El fiscal vs. Su Señoria. El doctor Oscar Hermelo es fiscal de Ejecución Penal y fue quien pidió formalmente la eximición del beneficio de prisión domiciliaria que el Juez dispuso para Puccio. "Todos los testimonios coinciden en la conducta violatoria que el señor Arquímides Puccio tenía con respecto de su situación de reclusión domiciliaria", dice Hermelo que, además, presentó una denuncia ante la Cámara Federal contra el juez Sergio Delgado por, según consta, incumplimiento de los deberes de funcionario público y prevaricato. "Le juro que no tengo nada personal contra el señor Juez, sólo que considero que actuó irresponsablemente y fue permisivo con detenidos como Arquímides Puccio, a quien le concedió beneficios que estaban claramente en contradicción con lo que disponen las leyes vigentes".

-¿Va a volver Puccio a su prisión domiciliaria?
-Bueno, el Juez lo llevó a la U19 de Ezeiza, una unidad donde van los presos de buen comportamiento ¿Me quiere decir cuál fue el buen comportamiento de Puccio para merecer ir allí? Para que se dé una idea, tiene un alambrado perimetral de un metro: cualquiera puede irse de ahí como guste.

-¿Pero vuelve o no?
-Estamos hablando de un juez tan particular que, qué quiere que le diga...

-¿Por qué nadie controló la conducta de Puccio?
-El juez libró el oficio a los patronatos del liberado de la provincia de Buenos Aires, que se encargan de esta tarea, pero fue sólo nominal. El juez no hizo especificaciones y entonces nunca nadie controló nada.

Alejandro Seselovsky

Fotos: Enrique García Medina y Archivo Atlántida

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