lunes, 31 de agosto de 2015

A Billionaire’s Fairytale Replica Chateau Sitting Empty next to Versailles

25TH AUG, 2015


Discover the Chateau Louis XIV.








































The 19th Century Escort Cards with Pick-Up Lines you definitely haven’t heard before

By MessyNessy
21ST APR, 2015

Without Facebook, online dating sites and lest we dare mention applications like Tinder, in the 19th century, single boys and girls had to be a little more inventive with their dating game. And thus, the American ‘escort card’ or ‘invitation card’ was introduced. It wasn’t exactly used in high society but this handy acquaintance card was used by “the less formal male” in approaches to “the less formal female”. Single young gents looking for a ‘casual encounter’ could present the flirtatious card to discreetly ask ladies if they could “accompany them home”. According to a collector of these cards and other quirky historical novelties, Alan Mays, the card was “a common means of introduction, it was never taken too seriously”.

They came in quite a variety of designs with amusing pick-up lines you’ve not likely heard before while waiting for your drink at the bar…






























domingo, 30 de agosto de 2015

Ricardo Manoukian

Hablan de Peter Lanzani, El Clan, Francella y de los Puccio en Almorzando con Mirtha Legrand


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Emilio Naum

Emilio Naum: una víctima del Clan Puccio oriunda de Jesús María


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Los Infames

Los Infames 

Por Ricardo Canaletti 14 de junio de 2011 6:34

(la historia de la banda Puccio)

En el sótano de la casona hicieron construir, a un costo de 100.000 dólares, un calabozo de hormigón. Sórdido, inmundo, era también el reflejo del fétido espíritu de su dueño. La clandestina instalación vino a solucionar un serio problema que era el haber convertido el propio baño principal del primer piso del chalet en el lugar de encierro de las víctimas. La casa estaba ocupada, como cae de maduro, por canallas del más degradado pelaje, que se dedicaban a capturar a conocidos o amigos para matarlos antes o después de pedir rescate, daba igual. Esto hubiese sido imposible de lograr (¡y lo lograron muchas veces!) si no asumían ante los demás el papel de vecinos comunes y corrientes. La casa de los infames Puccio quedaba en la calle Martín y Omar 544, esquina 25 de Mayo, San Isidro. Hoy ahí hay una imprenta.
Arquímedes Rafael Puccio y la profesora de contabilidad y matemáticas Epifanía Ángeles Calvo tuvieron cinco hijos; Alejandro, Silvia, Daniel (alias Maguila), Guillermo y Adriana. Arquímedes era un hombre bajo, rollizo, calvo y desagradable. Los vecinos le decían “el loco” por su manía de barrer la vereda a toda hora, la vereda suya y la de enfrente. También lo llamaban “Cu-Cu” porque sacaba la cabeza a cada rato para ver qué pasaba. Se parecía a Bernardo, el asistente mudo de El Zorro de la serie de tevé. Había nacido en 1929 en San Telmo. Hombre de misa de once todos los domingos en la Catedral de San Isidro, a metros de la casona.
De grande se recibió de contador. Simpatizó con los ultranacionalistas del grupo terrorista Tacuara. Vinculado siempre a la derecha peronista, fue funcionario de la Cancillería. De ahí lo echaron a patadas acusado de contrabandear por valija diplomática 250 pistolas italianas. Fue secretario de Deportes de la Municipalidad de Buenos Aires hasta 1973 cuando lo acusaron de secuestrar a un ejecutivo de Bonafide por el que se pagó un rescate de un millón de dólares. Puccio zafó por falta de pruebas. Poco después comenzó a frecuentar el Ministerio de Bienestar Social de José López Rega.


Sus tres hijos jugaron al rugby. Alejandro (alias Alex) fue estrella del Club Atlético San Isidro (CASI) y hasta jugó en Los Pumas. De sus amistades surgió la primera victima, Ricardo Manoukián, de 24 años, secuestrado el 22 de julio de 1982 al mediodía y llevado en una camioneta manejada por Daniel. A Ricardo lo metieron en el baño principal de la casa, al lado de los dormitorios. Ahí estuvo atado de pies y manos, arrodillado, durante 11 días. Pagaron un rescate de 250.000 dólares por su libertad pero lo mataron de tres tiros y lo tiraron en un arroyo de Benavidez. Al ingeniero industrial Eduardo Aulet, de 25 años, que jugaba al rugby con Alejandro, lo capturaron el 5 de mayo de 1983 en Barrio Norte. Pagaron 150.000 dólares de rescate. Cuatro años después hallaron su cadáver en General Rodríguez. Emilio Naum, de 38 años, era conocido del jefe del clan. Arquímedes le hizo señas para que detuviera el auto el 22 de julio de 1984. Le pegaron un tiro en el pecho ahí mismo.
La cuarta víctima fue Nélida Bollini de Prado, una mujer de 58 años cuya familia tenía una concesionaria de autos. La atraparon el 23 de julio de 1985 (como se ve, un secuestro por año). Estuvo en el sótano de hormigón durante 33 días, atada con una cadena al tobillo. Pero este caso fue el fin de los infames Puccio. La Policía detuvo a Arquímedes, a Daniel y a Guillermo Fernández Taborda, un amigo, cerca de la cancha de Huracán cuando iban a cobrar el rescate. En la casona de San Isidro apresaron a Alejandro, que festejaba de antemano la llegada de plata fresca. La noticia de los arrestos y el descubrimiento de sus atrocidades fueron sensacionales. Los compañeros de Alejandro en el CASI lo respaldaron a muerte. Su defensa los primeros tiempos fue ejercida por abogados que eran también socios del club, como Esteban Vergara y Florencio Varela, legendario jugador del CASI, Secretario del Menor en el gobierno ilegal de Juan Carlos Onganía.

A Arquímedes y a Alejandro los condenaron a perpetua. A Daniel, alias Maguila, le dieron 13 años pero como estaba excarcelado, escapó. La sospecha más firme es que se fue a Brasil. No lo pudieron localizar jamás. A Fernández Taborda, que confesó haberles disparado a Naum y a Manoukián, le dieron perpetua también. Victoriano Franco, teniente coronel retirado, otro integrante de la organización, recibió la misma pena. Le había dado su propia arma a Fernández Taborda para que mate a Naum. Franco murió en prisión a los 84 años. Perpetua fue la pena para Roberto Oscar Díaz. Confesó haber matado a Aulet y entregado a Nélida Bollini de Prado. Gustavo Contepomi ingresó al clan Puccio porque era amante de una mujer emparentada con Aulet y pensaron llegar a éste por su intermedio. Contepomi murió en prisión a los 70 años. Finalmente, a Herculeano Vilca, el albañil que construyó la cárcel del sótano, le dieron 10 años de cárcel.
El 8 de noviembre de 1985, cuando llevaban a Alejandro esposado a la espalda al despacho del juez Héctor Grieben, se tiró desde el segundo piso del palacio de los tribunales. Sufrió gravísimas heridas pero sobrevivió. Intentó luego suicidarse ahorcándose con una sabana en su celda. No lo logró. En enero de 1989 se tragó hojas de afeitar y tampoco pudo terminar con su vida. Organizó junto con Sergio Schoklender el centro universitario del penal de Villa Devoto. Obtuvo una polémica libertad condicional en 1997 repudiada por los familiares de sus víctimas. Se la revocaron y volvió a prisión. En 2008 murió a causa de las consecuencias de aquella caída de 1985. Tenía 49 años.

El jefe del grupo, Arquímedes, estuvo 23 años preso. Salió libre el mismo año que murió Alejandro. Se había recibido de abogado en prisión y se estableció en La Pampa, porque en La Pampa queda la última prisión donde estuvo. No se arrepintió de nada y lo dijo a los cuatro vientos, es decir que fue un infame toda su vida. Se comparó con Nelson Mandela porque consideró que él también fue un preso político. Aseguró ahora que se siente feliz.


Eduardo Aulet


EL CLAN PUCCIO: ROGELIA POZZI, VIUDA DE UN EMPRESARIO ASESINADO
Sería terrible cruzarme en la calle con Arquímedes Puccio


Cuando tenía 24 años y pocos meses de casada, la banda de los Puccio secuestró a su marido, el empresario Eduardo Aulet. Aunque pagó el rescate exigido por Arquímedes Puccio, igual lo mataron.


Por CAROLINA BRUNSTEIN. Especial para Clarín.

Espero que ni Alejandro ni Arquímedes Puccio salgan de la cárcel, porque es allí donde deben estar quienes cometieron crímenes tan aberrantes como secuestrar y asesinar. Rogelia Pozzi habla con firmeza. Tenía 24 años cuando el clan Puccio secuestró y mató a su esposo, el ingeniero Eduardo Aulet, en 1983. Su cuerpo recién fue encontrado en 1987.Dice que, pese a todo, trata de reírse siempre porque no le gusta andar con cara de amargada.En la charla con Clarín, en su estudio de abogada, se arregla el pelo, castaño y corto, antes de posar para las fotos. Se me van a ver las arrugas, bromea. Y asegura: Pude reconstruir mi vida, volví a casarme, tuve dos hijos. Pero no me olvidé.-¿Qué piensa del pedido de Arquímedes Puccio de terminar su condena bajo arresto domiciliario? -No me parece justo que este hombre camine por la calle. Aunque tenga 70 años, creo que no debe gozar de ese beneficio, porque está sano. Me parecería terrible cruzarme con él por la calle. La sociedad entera quiere verlos en la cárcel.Las últimas noticias sobre el clan Puccio reavivan recuerdos que para Pozzi no resultan agradables. Pero seguir hablando de esto es un modo de que nadie se olvide, dice.-¿Cómo fue el secuestro? -Eduardo desapareció el 5 de mayo de 1983. Se lo llevaron a las 8 de la mañana, cuando iba en auto por Libertador y Austria. El paró porque le hizo señas Gustavo Contepomi, un conocido de su familia. ¿Cómo iba a imaginar que era un secuestro? Lo cambiaron de auto y lo llevaron hasta la casa de los Puccio en San Isidro. Según algunos testimonios, fue Alejandro Puccio el que les abrió la puerta.-¿De qué forma se enteraron del secuestro? -Ese día, a las 11 de la mañana, llamaron a la oficina del padre de Eduardo (un empresario metalúrgico). Después supimos que el que llamaba era Arquímedes.-¿Cómo fue esa comunicación? -El hombre dijo que se trataba de un secuestro. Dijo dónde estaba nuestro auto, y dio otros datos para que supiéramos que realmente lo tenían encerrado. Y que iban a soltarlo cuando pagáramos el rescate. Al principio pidieron US$ 350.000. Después fueron bajando la cantidad, a 200.000. Finalmente, quedó en 100.000. Era una transacción, como si se tratara de comprar una casa. Pero era una vida.-¿Cómo fueron esos días? -Terribles. Todo el tiempo pensás que no puede ser verdad, que es un sueño y te vas a despertar. Era una situación muy rara. Nos pasábamos todo el tiempo en la oficina del padre de Eduardo, donde recibimos las primeras llamadas. Después empezaron a llamar a mi casa.-¿Llamaban muchas veces? -Los primeros días, hasta que se acordó el monto del rescate, llamaban como cinco o seis veces por día. Estábamos pendientes del llamado del secuestrador, porque en esas situaciones es lo único que te une a la otra persona.-¿Cómo eran esas conversaciones? -Eran insólitas. A veces duraban 40 ó 50 minutos. Arquímedes me decía, por ejemplo, que a mi esposo le gustaba México, y otras cosas que se notaba que le había contado Eduardo. Llamaba a medianoche y hablaba mucho, de cualquier cosa. Tenía una voz muy particular, que me quedó marcada a fuego.-¿Pudieron hablar con Eduardo? -Nunca, pero nos llegaban cartas escritas por él, con una letra muy nerviosa. Se notaba que le decían lo que tenía que poner, porque escribía frases que él nunca usaba.Eduardo Aulet jugaba al rugby en el San Isidro Club y, según declaraciones de algunos integrantes del clan, alguna vez se había cruzado con Alejandro Puccio, quien jugaba en el Club Atlético San Isidro. Estábamos recién recibidos -él era ingeniero industrial-, nos habíamos casado hacía pocos meses. Teníamos muchos proyectos, que quedaron truncos porque él tuvo la mala suerte de tener un papá con plata, se enoja Pozzi.-¿No hicieron la denuncia? -No, porque teníamos miedo de que lo mataran. En esos momentos, te aliás a quien no debés, al delincuente. Lo primero que tendríamos que haber hecho era llamar a la Policía, pero recién lo hicimos después de pagar el rescate, cuando Eduardo no apareció.-¿Qué pasó con el pago del rescate? -Fue el 15 de mayo, diez días después del secuestro. El papá de Eduardo consiguió la plata. Ellos habían armado todo un sistema de postas, que yo tenía que seguir, en auto. Me acompañaba mi papá. Les teníamos que llevar el dinero en una bolsa, que dejamos cerca de las vías de un tren en Lanús, después de recorrer toda la ciudad durante dos horas y pico. Durante el recorrido pudimos ver a Alejandro Puccio, a Roberto Díaz y a Guillermo Fernández Laborda. Y mi papá vio a Arquímedes cuando levantaba la bolsa con el dinero.-¿Qué pasó después? -Nos quedamos en el lugar convenido más de una hora, esperando que Eduardo apareciera. Y volvimos a casa con un dolor profundo. Ahí hicimos la denuncia. Cuando Arquímedes volvió a llamar y me dijo que habían tenido un problema, que Eduardo estaba bien y que lo iban a entregar, yo le aseguré que iba a hacer de todo para que se pudriera en la cárcel. Y ahora voy a seguir luchando para que cumplan sus condenas. Seré como una tortura para los Puccio.

REPORTAJE A GUILLERMO MANOUKIAN,POR MAGDALENA RUIZ GUIÑAZÚ.

REPORTAJE A GUILLERMO MANOUKIAN,POR MAGDALENA RUIZ GUIÑAZÚ.

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“Los Puccio no podían liberar a mi hermano”
Si el feroz clan de secuestradores de San Isidro cobraba el rescate y dejaba con vida a Ricardo Manoukian, éste hubiera denunciado a su vecino y amigo Alejandro Puccio, recientemente fallecido. Por eso cuenta hoy esta historia de traición y horror su hermano Guillermo, quien además perdió a un tío, muerto tras haber sido secuestrado y extorsionado. Crueldad y dolor en estado puro.
Mi hermano Ricardo tenía 24 años cuando lo secuestraron –recuerda Guillermo Manoukian–. Tenía amigos en común con Alejandro Puccio, porque, aunque no jugaba al rugby, somos de San Isidro desde siempre. Se conocían, salían con chicas y por eso, cuando Alejandro (junto con Fernández Laborde) lo para por la calle, mi hermano detiene el coche...

La muerte de Alejandro Puccio, semanas atrás, ha revivido una de las historias más siniestras de la delincuencia argentina. Una familia, un “clan”, como se los llamó después, ocupando una hermosa casa en una de las localidades más cotizadas y elegantes de la Provincia de Buenos Aires, tuvo la terrible particularidad de secuestrar con pedido de rescate, y luego ultimar a sus víctimas, sin demostrar atisbos de piedad ni tampoco una alternativa que les permitiera conservar la vida.

—A mi hermano lo secuestran el 22 de julio de 1982 al mediodía. Ricardo volvía a almorzar a casa de mis padres. De su auto lo pasaron a una combi que manejaba Maguila, el hermano de Alejandro, hoy supuestamente prófugo en Brasil, y lo llevan a la casa de los Puccio, a pocos metros de la Catedral de San Isidro. Creemos que fue su primera víctima. La casa todavía no estaba preparada como cuando encontramos en el sótano a la señora Bollini de Prado. A mi hermano lo tuvieron encerrado en un baño en la planta alta. De cada lado del baño estaban los dormitorios en los que dormía toda la familia. Mi hermano estuvo encapuchado, atado de pies y manos y arrodillado en ese baño durante 11 días. En esas condiciones le daban de comer...


—¿Cómo lo supieron ustedes?

—A través de una serie de mensajes que mi hermano alcanzó a enviarnos. Allí decía que lo trataban bien y que nos quedáramos tranquilos porque le daban de comer. Decía que por favor pagáramos lo que ellos pedían como rescate.
—¿Cómo se hizo el pago del rescate?

—En distintas postas que ellos nos indicaron. La última fue frente a la Catedral de San Isidro, donde se suponía que lo iban a devolver. Desgraciadamente, al otro día la Policía nos comunicó que lo habían encontrado en un descampado, en un arroyo de Benavídez, con tres tiros en la cabeza. Uno de ellos había sido disparado por Alejandro –Guillermo baja su voz, colmada de tristeza.

—¿Cómo supieron que ese tiro era de Alejandro?

—Bueno, cuando los detienen, Fernández Laborde confiesa que había matado a mi hermano junto con el padre de los Puccio (Arquímedes) y Alejandro...

—Claro, su hermano los había visto y reconocido. No lo iban a dejar con vida...

—Desde ya. Como siempre digo cuando hablamos de esta historia, para mi hermano debe haber sido terrible saber que, desde el principio, estaba condenado a no volver. Estuvo 11 días esperando que lo ejecutaran. Fernández Laborde dijo que tuvo una discusión con Arquímedes y con Alejandro cuando deciden matarlo. El creía que lo iban a largar, pero en el descampado lo ubican al costado del arroyo y discuten acerca de quién va a matarlo. El padre quería que lo hiciera Fernández Laborde... y mi hermano ahí... escuchando la discusión... cómo deciden matarlo... Ese fue el final. Claro, mi hermano los conocía...

—Lo que usted nos está contando revela una crueldad infinita...

—Bueno, con Naum pasó lo mismo. A él lo detiene Arquímedes Puccio, y cuando ofrece resistencia para dejarse llevar y lo reconoce, ahí lo ejecuta. También a Aulet. En este caso, Alejandro lo conocía porque jugaban juntos al rugby desde chicos. A Aulet costó ubicarlo, porque lo enterraron en un campo muy lejos. Gracias a Dios, a la señora Bollini de Prado la encontraron en el sótano en condiciones infrahumanas, pero con vida.

Guillermo Manoukian tiene una infinita tristeza en la mirada. Se sonríe apenas, y cuando explica que la semana que viene va a cumplir 47 años, añade:

—Desde julio de 1982 estoy con el tema del secuestro y asesinato de mi hermano. Desde ese día hasta hoy, he estado tras esta gente para poder lograr que sea condenada. En 1985 apresaron al grupo Puccio, y a partir de ahí ha sido una lucha permanente para lograr que la Justicia dictara una condena que quedara firme. El caso de mi hermano es uno de los primeros en la Argentina en que se ha dictado cadena perpetua y reclusión por tiempo indeterminado.

—¿Exactamente cómo descubren al clan Puccio?

—Los apresan en el caso de la señora Bollini de Prado. En aquel momento, ya habían perfeccionado el sistema. Como le conté, cuando secuestraron a mi hermano lo tuvieron encerrado en un baño de la planta alta. A la señora Bollini la tenían en el sótano. Cuando la familia va a pagar el rescate, la Policía ya tenía la información de cómo funcionaba la banda, y allí los detuvieron. Los integrantes empiezan entonces a relatar los hechos cometidos, porque ni Arquímedes ni Alejandro Puccio se hacían responsables de nada.

—¿Usted bajó al sótano? ¿Entró en la casa?

—No. Mire, no entré allí porque la situación en mi familia era dramática. Todo lo que vi fue a través de comentarios en el juzgado y de las fotos que se publicaron en los diarios o en los noticieros. Los Puccio tenían las cosas muy armadas: habían construido una pared reforzada, colocado una cama en la que la señora estaba encadenada... En fin, organizados.

—Cabe no descartar, entonces, que antes del secuestro de su hermano y de Aulet hayan cometido otros que no se descubrieron...

—Hay un par de casos en los que existe esta sospecha. Hablan de que en esa casa estuvieron secuestrados Lanusse y un ejecutivo de Bonafide. Son casos anteriores a la muerte de mi hermano.

—El tema es realmente diabólico si pensamos en un barrio residencial de San Isidro, en una casa de familia en la calle Martín y Omar. Evidentemente, tuvieron cómplices.

—Bueno, cuando los descubren, detienen a toda la familia. Como le comenté, en las cartas que nos enviaba mi hermano decía que le daban de comer arroz con pollo y que, en ese sentido, lo trataban bien. De hecho, en esa misma casa vivían también la madre, las dos hermanas. Toda la familia, salvo un hermano: creo que se llama Guillermo, y que se había ido a vivir a Australia. Todos sabían lo que sucedía en esa casa.

—¿Y qué declaraba Alejandro Puccio ante la Justicia?

—En el caso puntual de mi hermano, y en el de Aulet, dijo que a mi hermano no lo conocía. Luego, que sabía quién era. Finalmente, que tenían algunos amigos en común. Siempre se negó a aceptar su participación, cosa que desmiente Fernández Laborde, que dispara el primer tiro contra mi hermano y que, cuando se quiebra, confiesa el episodio en Benavídez al borde del arroyo que ya le relaté. Junto al cuerpo de mi hermano estaban también la máquina de escribir en la que redactaban los mensajes pidiendo el rescate y el arma con la que lo mataron. En su momento, Fernández Laborde reconoció todas estas cosas, junto con las alternativas del secuestro de mi hermano. Todos hechos comprobables, porque el cuerpo, la máquina de escribir y el arma se encontraron donde él señaló. Alejandro mintió permanentemente. De hecho, en un encuentro casual que tuvimos en un juzgado de San Isidro (él tenía salidas transitorias y yo pedía en ese mismo juzgado que lo detuvieran nuevamente), le pregunté: “¿Por qué siempre mentiste? Si vos lo conocías perfectamente a mi hermano. Además, yo lo sé porque te vi con él”. Alejandro me contestó: “Bueno, ¿qué querés que hiciera? Mis abogados me señalaban lo que yo tenía que decir”. ¡Reconocía, en ese momento, que parte de su defensa era sostener que no conocía a mi hermano Ricardo! En fin... fue un gran altercado. Casi nos fuimos a las manos. Algo muy terrible. Gracias a Dios, fue la última vez que lo vi.

—Yo tengo un informe del año 2000 o 2001, cuando le dan la salida transitoria, que debe contar con una evaluación psicológica del personal del Servicio Penitenciario que se le hace llegar al juez. Tengo una copia en mi poder, y allí se explica que no estaba en condiciones como para un permiso de salida transitoria por el comportamiento que se observaba en su relación con la gente. Podía tener muy buena conducta en el penal, pero su comportamiento con la sociedad no era el adecuado. Por ende, ellos no estaban de acuerdo con que circulara en libertad. Esto provocó que la jueza, la Dra. Andrea Pagliani, no le permitiera las salidas. Ella fue uno de los últimos magistrados que tuvo el caso de mi hermano, que pasó por distintos juzgados: el de Piotti, el de Casal. En fin... una larga historia. Pero, de hecho, Puccio no estaba en condiciones de salir en libertad. Y ésta era una situación que, tanto a mí como a mi familia, nos preocupaba mucho, no solamente por nosotros sino por la sociedad. Le repito que este tipo de personajes son muy peligrosos.

—¿Cómo sobrevivieron sus padres a una situación tan horrible?

—Usted acaba de pronunciar la palabra exacta: sobrevivieron. El 22 de julio de 1982, mi papá dejó de ocuparse de los supermercados Tanti, que entonces eran nuestros. Dejó de trabajar y hoy, con 79 años, bueno... no pudo hacer absolutamente nada más. No es lo mismo perder un hijo en condiciones, digamos, naturales como puede ser una enfermedad o un accidente... Cuando a uno le matan un hijo… Para mi padre, ha sido una cosa irreparable. Eramos solamente dos hijos. Es algo muy difícil y muy doloroso. Uno vive permanentemente con esa mochila. En mi caso, para mi familia, ya se trata de un segundo episodio.

—¿Cómo un segundo episodio…?
—Sí. En 1973 también secuestraron a un hermano de mi padre. Lo devolvieron en 1974, y él tuvo una especie de Síndrome de Estocolmo y entró en relación con la persona que lo cuidaba. Cuando lo liberaron, empezó a buscar a quienes habían sido. Se ve que esa gente se enteró de que estaba cerca de ubicarlos y fueron hasta su casa, intentaron secuestrarlo nuevamente en el momento en el que salía y, en el forcejeo, recibió un tiro debajo del brazo, que le provocó la muerte camino a la clínica. En aquel momento, tenía cinco hijos y mi tía estaba embarazada del sexto. Alcanzaron, junto con el jardinero y el chico más grande, que tenía unos 8 años, a llevarlo hacia la clínica pero se les murió en el camino.

—¿También de apellido Manoukian?

—Sí. Junto con mi papá, arrancaron con los supermercados. Era uno de los dueños de La Gran Provisión, y luego la instaló en la Capital.

—¿Cómo fue el secuestro de su tío? ¿Fue de tipo político?

—No, no. Eran delincuentes comunes que integraban una banda de policías. Mi tío vivía en la zona de Don Torcuato, y se hablaba de un destacamento local. Por la época (1973) podría haber sido político, pero no. En absoluto. Así que es una carga muy pesada la que llevamos. Sobre todo, para mis padres. Papá me decía, el otro día, que en cierto modo sentía alivio, porque podía presenciar en vida el hecho de que Alejandro Puccio ya no está... Bueno, es todo muy difícil...

—¿Usted pudo rehacer una familia?

—Sí, soy casado y tengo un hijo. Mire, ¡yo siempre digo que volví a nacer con 21 años! Porque aquel día terrible de julio de 1982 fue un punto de no retorno... Mi hermano era mayor que yo. Iba a casarse al año siguiente con Isabel Menditeguy. Tenía una vida prácticamente en marcha. Trabajaba con la familia y –larga pausa–... Fue muy difícil volver a arrancar y acostumbrarse a una vida completamente distinta. Durante tres o cuatro años estuve sin salir de mi casa o viajando al exterior. Como no sabíamos quiénes habían sido ni cómo había ocurrido el secuestro, era muy difícil salir a la calle. Lógicamente, mis padres estaban muy preocupados y, como le decía, me pasé varios años prácticamente encerrado.
—Claro, no aparecían indicios acerca de quiénes habían realizado el secuestro...

—Sí. Hasta tres años después, no se sabía absolutamente nada al respecto. Había momentos en los que a veces, frente a mi casa, había autos parados, como monitoreando o controlando lo que estábamos haciendo y... bueno, uno se encuentra en manos de ellos. ¡Ellos saben quién es uno, y uno no sabe quiénes son ellos! Cuando los detuvieron, y viendo la peligrosidad de la banda, estuvimos mucho tiempo temiendo algún tipo de represalia. Por eso me resultaba muy difícil convivir con la certeza de que Alejandro estaba libre, en la calle. Y de hecho, con el padre, con Arquímedes, que es una persona más que peligrosa.

—Por lo menos, siempre se dijo que era el jefe de la banda, que tenía un enorme poder y autoridad sobre toda su familia...

—Los psicólogos dicen que es impresionante el poder que tenía este hombre sobre el clan familiar como para poder convencerlos a todos de integrar esa organización. Cómo será de fuerte su autoridad que aun detenido en Villa Devoto se hacía llamar “don” Arquímedes, como alguien con autoridad dentro del penal. Manejaba los hilos del penal a su gusto. Esto es sumamente peligroso. Sé que ahora lo llevan cada vez más lejos. Está en La Pampa, en una cárcel de régimen abierto, pero cuando lo soltaron aquí en la zona de Benavídez, donde cumplía arresto domiciliario, ¡salía a robar a un quiosco! Creo que es gente que nunca va a apartarse de ese esquema. Tienen una estructura de delincuentes.
—Me enteré de que el año pasado le habían dado la libertad. Luego, a través de los diarios, leí que lo habían detenido en una sucursal del Banco Itaú, en la Capital. Estaba cometiendo algún tipo de fraude con documentación trucha para sacar un crédito o cheques... Lo que sé es que volvieron a detenerlo. Hoy, desconozco en qué situación está, pero esperemos que detenido. Vuelvo a decirle: es gente sin escrúpulos. De hecho, tiene una condena que siempre me llamó la atención. La reclusión por tiempo indeterminado es una condena que, una vez cumplida la cadena perpetua (son como máximo 20 o 25 años), se va renovando en plazos de cinco años, siempre y cuando el juez dictamine que está en condiciones de lograr la libertad. En este caso, como le decía, se trata de gente muy peligrosa. Un estudio psicológico da como para que el juez considere que deben permanecer presos. Pero, bueno... ¡a veces tenemos jueces bastante complicados!

—¿Ahora quién vive en la casa de los Puccio?

—Sé que en un momento vivía allí Alejandro, durante la segunda autorización de salida transitoria que le otorgaron. Lo sé porque volví a solicitar que lo detuvieran, y en esa oportunidad fueron a buscarlo a la casa de la calle Martín y Omar. También me dijeron que, en otro momento, vivió allí la madre con las dos hermanas, y que después se mudaron. Hoy, sinceramente, no sé quiénes están allí. Como vivo por la zona, paso por ahí y siempre veo el mismo portón, cerrado.

—Creo recordar que, según la declaración de Fernández Laborde, Alejandro era quien abría el portón cuando traían a un secuestrado...

—Dentro de la organización, cada miembro de la familia tenía una función. Así como Alejandro y su padre decidían a quién iban a secuestrar, cada miembro de la banda tenía el compromiso de traer a alguna persona de su entorno que fuera susceptible de secuestro. El otro hermano, Maguila, era el que manejaba la combi que cruzaban frente al auto del que iban a secuestrar. Como en el caso de mi hermano, luego pasaban al secuestrado a esa combi para llevarlo hasta la casa de San Isidro. El coronel Franco, ya fallecido, que tambien intervino en el caso de mi hermano, se dedicaba a aportar ciertos personajes como Vilca, el albañil boliviano, que se encargó de hacer la reforma del sótano en el que tuvieron a la señora Bollini de Prado.

—¿Se recuperaron los rescates que cobraron los Puccio?

—Muchas veces me lo han preguntado. Sinceramente, debo decir que nunca me ocupé puntualmente de ese tema, porque tenía la energía puesta en que el clan siguiera preso. Nosotros pagamos. Aulet, también. En nuestro caso, nunca nos devolvieron nada.

—Se lo pregunto porque ese monto de dinero de los rescates les dio (y les debe seguir dando) una gran autonomía a los que lo cobraron.

—Lo único que sé es que los Puccio tuvieron siempre asesoramiento legal. En su momento, los defendió el Dr. Florencio Varela, pero cuando se dio cuenta de quiénes eran realmente los Puccio, dejó el caso. Luego los defendió el Dr. Bianchi y los doctores Buido, que ciertamente no son baratos. Cuando yo pedía que los detuvieran, siempre aparecían estos abogados a defenderlos. Eso tiene un costo. Lo mismo que situaciones especiales dentro del penal, determinados pabellones, etc. Todo este tipo de cosas cuesta plata. Es interesante recordar, además, que ninguno de ellos trabajó en los últimos 25 años.

FUENTE:DiarioPerfil.

Después de 30 años, la casa del clan Puccio tiene nuevos inquilinos

Diseñadores montaron un taller de serigrafía. La viuda de Arquímedes exigió una cláusula para que nadie pueda filmar ni sacar fotos.

Por Cecilia Di Lodovico | 15/08/2015 | 19:25

Debajo del local de la esquina de 25 de Mayo y Martín y Omar, una de las más transitadas y tradicionales del centro de San Isidro, se esconde un secreto incómodo: un sótano acondicionado para ocultar víctimas de secuestros. En ese mismo lugar, pero treinta años atrás, la policía encontró encadenada a Nélida Bollini de Prado, la única presa que logró sobrevivir a los Puccio. Por encima de esa cárcel improvisada, la familia mantenía un negocio de artículos de windsurf como fachada.


Cuando salió de prisión, Daniel “Maguila” Puccio puso un bar en el viejo local. Pese a que era concurrido, sobre todo por los chicos que salían de la escuela ubicada a unos pocos metros del lugar, Maguila debió cerrarlo por la presión de los familiares de las víctimas. Pero la propiedad siguió siendo redituable para el clan. Desde entonces, por el local desfilaron diferentes rubros y, en la actualidad, es alquilado por no menos de 25 mil pesos mensuales. Una aseguradora lo ocupó hasta la semana pasada. Hoy está vacío.

Pero la casona que habitan los Puccio es otra historia. Al parecer, provoca otro efecto. La vivienda estaba comunicada con el local, pero esas conexiones fueron “tapiadas”. En todos estos años, nadie se atrevió a vivir allí, incluso, cuando la propiedad –que sigue en poder de Epifanía Calvo, la esposa de Arquímedes– fue tasada en unos 500 mil dólares, el estado de la casa era tan deplorable que su valor fue considerado como “lote”.

Uno de los martilleros que visitó el viejo hogar de los Puccio contó a PERFIL que “estaba todo lleno de polvo; no tenía muebles ni puertas”. Y la definió: “Es un cascarón, una casa fantasma”. El sótano, al que se ingresa por el extremo izquierdo de la casa, “estaba cerrado”, al igual que la puerta principal de la propiedad, ubicada sobre 25 de Mayo. Sobre la apertura de madera permanece colgado un pesado farol de hierro y una espesa telaraña sobre el timbre delata que, hace mucho, a nadie le interesó siquiera tocarlo.

Sin embargo, la antigua morada de los Puccio encontró inquilinos. Se trata de dos jóvenes diseñadores industriales que comenzaron a habitarla hace ocho meses. Allí, instalaron un taller de serigrafía e intentan darle “otra cara” a la vieja cárcel familiar. Ahora la entrada principal es el portón por donde ingresó la policía para rescatar a Bollini en 1985. La galería donde Arquímedes guardaba su camioneta Mitsubishi, con la que secuestraba a sus conocidos y amigos, es un patio que hoy cuida un simpático perro y es adornada por los mismos macetones pero con renovadas plantas verdes.

“En Arquímedes Puccio veo la cara del mal”
“Cuando alquilamos, no conocíamos la historia, éramos muy chicos cuando pasó todo. Después de firmar el contrato una persona nos dijo lo que pasó acá. Me quería morir, pero ya estábamos adentro, igual, creo que acá no mataron a nadie”, dijo uno de los inquilinos a PERFIL desde el portón. “La usamos más para trabajar y en ocasiones nos quedamos a dormir”, señala y confirma que el estado de la casa es paupérrimo. “La estamos remodelando. La idea es darle otra onda, cambiar la mala energía por buena energía. Está muy buena la construcción”, indica. El joven aclara que, por contrato, no pueden permitir filmar ni sacar fotos en el interior. Una especie de cláusula de confidencialidad establecida por los dueños, a quienes no conocen. “La alquilamos a través de una inmobiliaria”, indica sin dar más detalles.

Memoria. Los ventiletes del sótano fueron tapados, pero la imagen de Arquímedes barriendo la vereda día y noche aún está latente entre los vecinos que se animan a hablar del pasado. “Le decíamos ‘el loco de la escoba’ pero, en realidad, lo que hacía era comprobar que afuera no se escuchasen los gritos”, reflexionan. No era el único alias que se había ganado el jefe del clan. También lo llamaban ‘cucú’ porque –quizás algo paranoico– se asomaba “a cada rato” por una de las ventanas de la planta alta.

Los vecinos también recuerdan a Epifanía, a sus dos hijas, Adriana y Silvia, y a la figura del CASI, Alejandro Puccio. Sobre la casa donde ocurrieron algunos de los los crímenes más aberrantes de la historia, proponen expropiarla; algunos más audaces, demolerla, pero la mayoría prefiere ignorar su existencia.

"Chapa" Branca, el hombre que sobrevivió al clan Puccio

El exPuma figuraba en la lista del clan Puccio como objetivo de un potencial secuestro.

29 AGO 2015 12h41 actualizado a las 16h19





Eliseo Branca, más conocido como "Chapa", ingresó en la historia por haber sido una de las glorias del rugby argentino allá por los años 80, tanto en el Club Atlético San Isidro (CASI) como en Los Pumas, aunque estuvo cerca de convertirse también en noticia por un acontecimiento mucho más infame, ya que su nombre figuraba en la lista del clan Puccio como objetivo de un potencial secuestro.

Treinta años pasaron desde aquel 1985, cuando cayó la banda acusada del asesinato de tres personas, de las cuales dos habían permanecido cautivas en la misma casa familiar de los Puccio en San Isidro, y hoy el trágico suceso que generó revuelo mediático y conmovió al país vuelve a despertar el interés del público de la mano de la película de Pablo Trapero "El Clan", que es un éxito de taquilla.


"Es algo que lo teníamos enterrado y ahora despertaron un muerto", expresó en declaraciones a NA el "Chapa" Branca, quien jugaba al rugby en el CASI -y en Los Pumas- junto con Alejandro Puccio, hijo del líder de la organización delictiva, Arquímedes, y al que calificó como "un monstruo".

Alejandro era un integrante crucial de la banda, dedicada a secuestrar y asesinar a sus víctimas, ya que ejercía el rol de "entregador", según comprobó la Justicia: "Yo prácticamente vivía con el flaco, nos íbamos de gira cuatro meses, compartíamos todo (...) Jamás noté ni siquiera un solo cambio en la personalidad, nunca nada", comentó Branca.

NA - ¿Cómo era tu relación con Alejandro?

EB - Era muy amigo. Fui a la casa y todo. El 1985 fue un desastre, fue algo de lo que no te podés recuperar. Más que yo era chico, no tenía muchas desgracias. Pero de esto no se recuperó el CASI ni nadie. Es algo que lo teníamos enterrado y ahora despertaron un muerto.

- ¿Vos estabas en la lista de posibles secuestrados que tenían los Puccio?

- Sí. No solamente yo estaba en la lista, había un par de amigos míos que también. Yo me enteré por uno de ellos. Se lo había presentado a Alejandro, pero él no era del CASI. Fue a eso de los 15 días que me lo dijeron.

- ¿Qué pensaste?

- Lo primero que se me vino a la cabeza fue la traición. Yo prácticamente vivía con el flaco, nos íbamos de gira cuatro meses, compartíamos todo. Todo el mundo le echaba la culpa al padre pero la culpa la tenía Alejandro también. Él conocía lo que estaba bien o lo que estaba mal. Hablamos de un deporte en donde hay que defender al compañero, al grupo, los valores. El flaco era un monstruo. Jamás noté ni siquiera un solo cambio en la personalidad, nunca nada.

El libro "El Clan Puccio: la historia definitiva", del periodista Rodolfo Palacios; el filme "El Clan", protagonizada por Guillermo Francella (en la piel de Arquímedes) y Peter Lanzani (Alejandro); más el inminente estreno de "Historia de un clan", una miniserie que emitirá el canal de televisión Telefe, volvieron a darle notoriedad a uno de los acontecimientos policiales más espeluznantes de la historia argentina.

La exitosa cinta de Trapero se perfila para ser la película argentina más taquillera del año. Sin embargo, no todos quieren verla: el "Chapa" Branca dejó en claro que recuerda con tristeza aquellos días en los que la oscura verdad de quien por aquel entonces era su amigo salía a la luz.

- ¿Ya viste la película "El Clan"?

- No, ni pienso verla. Es sacar un muerto, si ya sé lo que pasó. Vos vas al club CASI y no se habla del tema. De esto de los Puccio no se decía nada hasta hoy. Duele tanto que no se habla.

- Me parece que para la gente que no lo vivió quizás es un caso raro. Pero acá la realidad superó la ficción y la película no supera lo que pasó. Quizás para todo el mundo es solamente ir a ver una película de terror, pero no se toma noción de todo lo que sucedió realmente.

Entre 1982 y 1985, los Puccio secuestraron y asesinaron a Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum, antes de ser capturados por la Policía, en momentos en los que mantenían cautiva a una potencial cuarta víctima fatal de sus secuestros, la empresaria Nélida Bollini de Prado.

Branca figuraba en la lista del clan y tras haber "sobrevivido" a aquel suceso, continuó vinculado al rugby y se convirtió en el entrenador que en 2005 lideró al CASI rumbo a su primer campeonato de la Unión de Buenos Aires (URBA) luego de 20 años de sequía: justamente dos décadas después de aquel último título logrado por el club de San Isidro con Alejandro Puccio como una de las estrellas del plantel -al igual que el "Chapa"-, en 1985.

El Clan Puccio
























































































Clan Puccio: la historia detrás del caso que conmueve al cine

Fue la organización de secuestradores más temible de la historia policial argentina. Sus víctimas, los últimos días del patriarca Arquímedes y la muerte de su hijo Alejandro

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Alejandro, hijo de Arquímedes, tenía una carrera prometedora como rugbier

Siempre negó su culpa en los crímenes de la banda de la cual fue líder y cerebro, su propia culpa y la de sus hijos. Pero no pensaba morir sin dar su última palabra: poco antes de fallecer por una complicación derivada de un ACV a los 84 años en 2013, Arquímedes Puccio adquirió el hábito de hablar, con una última entrevista. No daba miedo, por otra parte; ya no podía secuestrar o matar a nadie. Era apenas un viejo soez con un estado mental dudoso, viviendo con apenas unas pocas pertenencias en una casita en el medio de la nada. Le habían detectado, por otra parte, un tumor en el cerebro.

Condenado con un eventual beneficio de prisión domiciliaria, recaló en el barrio El Molino de General Pico, La Pampa. El beneficio le fue revocado en 2004 al comprobarse que solía salir de su casa. De ahí, fue trasladado al Instituto Abierto de General Pico. Salió tres años después. Terminó en un catre en una pensión, sin baño. Tuvo la suerte de que un pastor evangélico lo recibiera, le diera un poquito de ayuda. En junio de 2011, fue visitado por el periodista Rodolfo Palacios, el autor del libro El Clan Puccio, para ser entrevistado para la revista El Guardián. Puccio se jactaba de haberse acostado con más de 200 mujeres y hasta alardeaba tener una noviecita de 15 años en el pueblo. "No me dejo las uñas largas por mugroso, sino porque hay una gordita atorranta que me pide que le rasguñe las tetas", le decía a un Palacios atónito. Puccio le ofreció luego "ir de putas a algún piringundín", mientras pensaba nostálgico en una eventual vuelta a Buenos Aires.

Se había convertido, supuestamente, al culto evangélico, aunque no parecía. Ex contador y funcionario de Cancillería con rango de vicecónsul y correo diplomático hasta que lo echaron por un presunto contrabando de 50 armas a Italia y dueño de una cava de más de 500 vinos en su casa-aguantadero de San Isidro, Puccio murió dos años después de esa charla. Terminó enterrado en la zona de parias en el cementerio público de General Pico. El mismo pastor que era uno de sus contados amigos había ofrecido pagar su ataúd, para luego retractarse. A su velorio fueron un par de policías.


Su hijo Alejandro, condenado junto a él, le había ganado de mano. Falleció en 2008 consecuencia de una neumonía, con cuatro intentos fallidos de suicidio en su haber; incluso se arrojó en 1985 del quinto piso en Tribunales. Un talentoso rugbier en su juventud, jugador del CASI, había sido condenado a reclusión perpetua pero había logrado la libertad condicional ocho meses antes de morir luego de estar alojado en el penal de Florencio Varela, según confirmó su abogado a La Nación. Había vuelto a la casona familiar en la calle Martín y Omar en un lapso de libertad en 1999, tras haber sido liberado por "un mal cómputo en su condena", habían comentado fuentes judiciales: la jueza Andrea Pagliani determinó nuevamente su detención. Sus abogados pelearon con un recurso de queja en la Corte Suprema. Para ese entonces, el clan Puccio estaba fracturado, en ruinas. Solo quedaba el recuerdo, un montón de recortes de diario, y las tres tumbas de sus víctimas: los empresarios Emilio Naum, Ricardo Aulet y Eduardo Manoukian, todos secuestrados y asesinados.




Hoy, El Clan, el film de Pablo Trapero con Guillermo Francella como Arquímedes y Peter Lanzani revive con su fenómeno de taquilla de espectadores el interés por una de las crónicas policiales más atrapantes y violentas de los últimos 30 años, una organización de secuestradores temible. "Comando de Liberación Nacional" era la firma con la que se comunicaban con las familias de sus víctimas desde 1982. No era raro, sino una firma previsible tras los años de plomo en el país. A Arquímedes se le conocieron vínculos con la facción ultraderechista Tacuara, por ejemplo. Todo empezó cuando el patriarca se unió a Guillermo Fernández Laborda, a quien conocía de la Escuela de Conducción Política del PJ. Fue Laborda el que se quebró ante la Policía: su testimonio fue clave para desbaratar a la banda.

Ricardo Manoukian fue el primero, en junio de 1982. Rugbier tal como Alejandro, se sospecha que el hijo mayor de Puccio fue quien lo sugirió. Lo tuvieron 9 días cautivo y exigieron un rescate de 250 mil dólares. Lo mataron de todas formas. Tenía 23 años. Eduardo Aulet, un ingeniero y jugador del San Isidro Club, fue el segundo, en mayo de 1983. Lo mataron también, tras cobrar un rescate de 100 mil dólares. Su cadáver apareció cuatro años después. El empresario textil Emilio Naum, cabeza de la marca MacTaylor, murió de un balazo en el pecho al resistirse a ser secuestrado. Ese mismo año en agosto, la viuda Nélida Bollini fue capturada. Ese golpe marcó la caída de la banda.

El 23 de agosto, un grupo policial armado con pistolas y ametralladoras irrumpió en Martín y Omar al 544. Arquímedes fue detenido en Parque Patricios, al intentar cobrar un rescate de 250 mil dólares: "¡Ustedes creen que soy un pelotudo! Mi casa está llena de dinamita. Si entran, van a volar en pedazos", amenazó el patriarca. La Policía tiró la puerta abajo y bajó los escalones hacia la celda del sótano en donde los Puccio guardaban a sus víctimas. Bollini, dueña de una funeraria y madre de los dueños de una reconocida agencia de autos, capturada tras cuatro meses de inteligencia, estaba encadenada en un catre desde hace un mes. Con un fardo de paja en la celda, querían hacerle creer que estaba en un campo. Fue la única de las víctimas de los Puccio en sobrevivir.


Alejandro fue detenido en el operativo. También, su hermano menor, Daniel, alias "Maguila", wing en el club CASI, hallado junto a Arquímedes en Parque Patricios. Pero, al contrario de su padre y su hermano, "Maguila" apenas conoció la cárcel.

En noviembre 2013, "Maguila" reapareció con 53 años, luego de años de estar prófugo, según pudo reconstruír el diario Clarín. Se presentó en un juzgado porteño exigiendo un documento que era clave para él: la garantía de su libertad. Había sido condenado por trece años en 1998 por su rol en el secuestro de Bollini. Pero en agosto de 2011, el Juzgado de Instrucción No.49, en ese momento a cargo del juez Facundo Cubas, declaró la extinción oficial de la condena. La ley jugó a favor de "Maguila": había pasado un tiempo sin que lo hallaran mayor al de su condena. Se había estimado una vida fugitiva en Brasil, o Australia. Mientras tanto, la casa de Martín y Omar continúa en pie, administrada por una inmobiliaria y con un valor considerable en el Mercado de alquileres. Por contrato, reveló el diario Perfil, los inquilinos no pueden tomar fotos en sus interiores. Sigue en poder de Epifanía Calvo, la mujer del patriarca Arquímedes. Unos jóvenes instalaron allí un taller de serigrafía.









La vida de los Puccio, la familia que secuestraba gente en su casa

Por: Fernanda Jara

En su nuevo libro, Rodolfo Palacios cuenta la historia del clan que conmocionó al país en la década del 80 con una serie de crímenes extorsivos y que ahora son el centro de una película y serie de TV

El cuerpo de Arquímides Puccio yace en el cementerio de General Pico, La Pampa.

En el sótano de la casa mantuvieron cautiva 32 días a la empresaria Nélida Bollini del Prado. Fue una prisión casera en pleno San Isidro.


"Me gusta preguntarle a la gente si me tiene miedo. Por todas las boludeces que se dijeron de mi. Ando por la calle y los encaro. Muchos se me cagan de risa. Señora, ¿sabe quién soy? Pibito, ¿sabe quién soy? Carnicero, ¿me tiene visto de algún lado? Amigo, ¿nunca vio una foto mía en los diarios? Señorita, ¿le han hablado de mí? Y cuando les digo quién soy muchos se caen de culo. Otros ni me conocen. Pero todos ven algo: soy inofensivo".

Con esas desopilantes palabras de Arquímedes Puccio, comienza "El Clan Puccio", el flamante libro del periodista Rodolfo Palacios, que revela detalles de la vida del hombre que en la década del 80, junto a su familia, secuestró y mantuvo cautivos en su propia casa a cuatro empresarios y mató a tres de ellos. Su última víctima, una empresaria, salvó la vida porque pudo intervenir la policía. El hampón argentino cayó cuando estaba por cobrar un secuestro. Fue detenido y condenado a reclusión perpetua. Su hijo mayor, Alejandro, dueño de una carrera prometedora como rugbier, recibió también una dura condena. Intentó suicidarse cuatro veces, una de ellas arrojándose del 5° piso de Tribunales. Murió en 2008, a poco de haber sido liberado y en el mismo año en que su padre quedara en libertad, por una infección. Daniel "Maguila" Puccio, dos años menor que Alejandro, estuvo tres años en la cárcel y fue liberado. Un tiempo después se dictó nueva orden de captura pero permanece prófugo, se supone que en Brasil.

Más tarde se supo que entre los miembros de la banda de los Puccio había un pacto de silencio: cada muerto "era de todos". Las pericias forenses dirían que todos disparaban a sangre fría sobre cada cuerpo.

Palacios rememora en su libro el primer encuentro con Puccio, en 2011, y la relación entre ellos, que para el anciano fue una amistad, tanto así que le pidió al pastor que lo cuidó en su lecho de muerte que llamara al periodista para que lo fuese a ver. Pero para Palacios no se trataba más que de un viejo que había secuestrado a cuatro personas y matado a tres.

"Conocí a Puccio el 9 de julio de 2011, cuando viajé a General Pico, La Pampa, para entrevistarlo con el fotógrafo Ignacio Sánchez para la desaparecida revista El Guardián. En ese encuentro, me impactaron su mirada fija, su energía, pese a ser un anciano, y sus largos monólogos. Era contador y en la cárcel se había recibido de abogado", escribió Palacios, quién le comentó al entrevistado que parecía proyectar su vida "como si fuera a vivir 120 años". "Es que voy a vivir 120 años", le respondió con 81 y al imaginar su muerte confesó que le gustaría morir "teniendo sexo". Pero "el final lo encontró dormido" en la pequeña habitación que ocupaba en la casa del pastor evangelista que lo cuidaba desde que quedó libre en 2008.
"SI HITLER CONVENCIÓ A MILLONES ¿CÓMO NO VOY A PODER CONVENCER A MIS DOS HIJOS?"
La historia de los secuestros jamás fue revelada. El hombre siempre negó los hechos por los que su clan fue procesado y encarcelado. Es inevitable preguntarse ¿cómo pudo secuestrar a gente conocida y tenerla cautivos en su propia casa? ¿Por qué hizo cómplice a su propia familia?

Las páginas del libro responden, en parte, a esos interrogantes. Solamente a lo que se supo por las investigaciones policiales, más que por las propias confesiones de Puccio, quien murió negando cada una de las acusaciones en su contra. "Para la justicia, solo tres de los siete miembros de la familia estuvieron involucrados -relata el libro- Para los familiares de las víctimas, ninguno de los que vivían en esa casa podía ignorar lo que ocurría en el sótano o en el baño de la planta alta. Es probable que nunca se sepa el origen del clan, el día que Arquímedes tuvo la idea ni a quien se la dijo por primera vez. Y cómo convenció a sus hijos. Acaso ese sea el mayor misterio. Él mismo solía decir: "Si Hitler convenció a millones ¿cómo no voy a poder convencer a mis dos hijos?".


¿UNA FAMILIA PUEDE NO SABER QUE EN EL SÓTANO O EN EL BAÑO DEL PRIMER PISO HAY SECUESTRADOS?

Una casa, una familia, cuatro secuestros extorsivos y tres muertes


"En medio de un contexto de violencia social e institucional (el horror de la dictadura, el accionar de grupos parapoliciales y militares, los secuestros extorsivos en los primeros años de la democracia), Puccio arrastró a sus hijos al delito. Y al mismo tiempo no permitió que ninguno de ellos matara, como si esa fuera su manera de cuidarlos", dice un pasaje del texto que intenta descifrar las decisiones incomprensibles de Puccio como padre que no dudó en arrastrar a su familia y continúa: "¿Una familia puede no saber que en el sótano o en el baño del primer piso hay secuestrados? La historia oficial condena a Arquímedes y a su hijo Alejandro. "Maguila" estaba en Australia cuando fueron los primeros tres secuestros. Quedó involucrado en el cuatro. Guillermo se exilió en Nueva Zelanda. Epifanía fue detenida pero absuelta por falta de pruebas. Silvia fue sospechada pero no se probó su participación. Adrianita era muy chica. Ni siquiera se la interrogó. ¿Qué hacían mientras había secuestrados en la casa? ¿No veían movimientos raros? ¿No oían ruidos extraños? ¿Quien les cocinaba a los prisioneros? Ninguna de esas preguntas tiene respuestas, aún 33 años después del primer secuestro", dice Palacios sobre cada uno de los Puccio que durante los ´80 "vivían con un secuestrado bajo el mismo techo".

Además del libro de Palacios, una película se estrenará pronto. El director Pablo Trapero también se sintió atraído por la siniestra historia del clan Puccio (ver trailer al pie de esta nota).

Arquímedes Puccio negó hasta el ultimo minuto haber secuestrado a cuatro personas y asesinado a tres. Dijo a Infopico, un medio local de General Pico, que "jamás" hizo nada de lo que se lo acusó y que "solamente ante el Señor" rindió cuentas por "si llegó a hacer algo malo". Pero, calificó su vida -en especial los momentos finales- como "un infierno" cuando sentía que se despedía del mundo. Murió el 3 de mayo de 2013. Simplemente se quedó dormido. Pasó sus últimos días acompañado por quien lo cuidó como a un padre y seguro de que si un hombre comete un "pecado" solo a Dios le corresponde juzgarlo. Desde entonces su cuerpo yace en el cementerio de General Pico a donde nadie de su familia le dejó jamás una flor.